domingo, 5 de junio de 2016

El discurso destructivo (III). Falacias para todos los públicos.


Llegamos al comienzo: ¿por qué “discurso destructivo”? Porque todo cambio, de cualquier condición, se encuentra con una oposición beligerante y sistemática, bien por miedo a perder posiciones de privilegio, bien por el temor natural que supone para el hombre el cambio en sí, que representa, en fin, una incertidumbre.
¿Es consciente de ello el conservadurismo instalado? Sea como sea, lo que defienden egoístamente son únicamente sus posiciones, y para ello no tienen reparos en apelar a ese miedo racional por lo nuevo para mantenerse en ellas.

Es extremadamente difícil defender la gestión política de los últimos 25 años, tanto del PP como del PSOE, así como la de los gobiernos autonómicos de CiU en Catalunya, Coalición Canaria, Unió Mallorquina (por mencionar los más destacados); tampoco ofrecen buena imagen los sindicatos, y no entremos en la podredumbre financiero-empresarial que nos exprime a diario.

Así, y aun siendo comprensible su prudencia, resulta indignante comprobar que quedan millones de personas que siguen sucumbiendo ante ese falaz discurso destructivo que ataca inmisericordemente a lo que está por venir, teniendo la desfachatez de concederse medallas por los méritos que se atribuyen, como si lo que han producido hubiera tenido otros beneficiarios que ellos mismos.

Hay que decirlo clara y abiertamente: los líderes políticos, económicos y sociales de viejo cuño se aprovechan de nuestra incapacidad y mansedumbre para inculcarnos un mensaje indecente y profundamente mentiroso. Muy pocos quedan en este país que no estén seguros (aunque no lo admitan) de la nula credibilidad de nuestros representantes, pero se aterran ante la posibilidad de cambio, cuando en estas circunstancias cualquier movimiento está llamado a mejorar la situación.

Sólo hay que tener en cuenta la procedencia del discurso destructivo: políticos, empresarios, periodistas y banqueros en riesgo de ser desalojados. ‘El árbol dañado da frutos malos’, dice Jesús (Mateo 7, 17b).

Una viñeta ya clásica.
Seamos valientes y sensatos, reconozcamos de una vez que estamos gobernados por ladrones que nos han estafado burdamente (lo siguen haciendo), y escapemos de la ingenuidad a la que nos inducen al asegurar que los cambios que se avecinan nos perjudicarán.

Cuando se escucha a los conservadores en tertulias, en radio y televisión o en prensa escrita, no encontramos discursos constructivos o propositivos más allá de la repetición mántrica y recalcitrante de los postulados del capitalismo neoliberal como el único sistema favorable (cuando es precisamente este sistema el que nos ha traído hasta aquí, con su incitación a la ambición desmedida y, por tanto, desalmada). Aquel mantra cargado de obscenidad usurera que se frota las manos al pensar en atraer inversores para que generen puestos de trabajo (que no supone más que migajas de unos negocios que les van a reportar unos beneficios tan desproporcionados que resulta indignante descubrir tales porcentajes de desigualdad).

Sin embargo, y a pesar de todos nuestros males, les volvemos a creer y damos por buenos sus postulados, aterrorizados como estamos por la expectativa de cambio radical y ridículamente apocalíptica que nos venden. Pero, insisto, ¿quién nos la vende? Repito: ladrones y sinvergüenzas que se intuyen en peligro.

Es un discurso destructivo porque no propone mejoras, sino que ataca lo nuevo simplemente para defenderse. No les importamos, pero saben que necesitan nuestra aquiescencia en las urnas. Por eso no somos esclavos en el sentido literal, sino simples víctimas de sus engaños y timos. ¿No es tiempo de despertar?

Ellos saben que la fórmula más rentable para su subsistencia no consiste en someternos por la fuerza, sino en hacernos creer que somos libres y que esta sociedad, con todos sus defectos, es el máximo al que podemos aspirar.

Pero no olvidemos que el conservadurismo en política tiene la insensata pretensión de detener el mundo, como si ello fuera posible. Y, además, no lo hace por convicción ideológica de ningún tipo, sino por conveniencia miserable.

Debemos aplicar una máxima: poner en cuarentena cada recomendación, advertencia o declaración que provenga de los miembros de aquellos partidos políticos y empresas que, sistemáticamente, nos han estado saqueando.
Despertar, analizar críticamente, razonar y reaccionar frente a la corrupción y los que la sustentan es lo que nos liberará de estos ladrones. Ninguna otra cosa.

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