jueves, 30 de junio de 2016

Podemos da miedo (I)



Hace unos días me decía un amigo, de esos con los pies en la tierra, más pragmático que utópico, votante modelo de Ciudadanos, que el mayor problema de Podemos es que dan miedo.

Yo, progresista vocacional y profundamente hastiado de un bipartidismo podrido no podía más que echarme las manos a la cabeza al comprobar cómo la campaña tan burda y bananera operada por el establishment político y económico obtiene unos resultados tan beneficiosos para sus intereses. ¿A qué nivel de abducción hemos caído para ser convencidos, de mano de nuestros verdugos, de que aquello que está por venir pueda resultar más peligroso que lo que sabemos por experiencia que nos ahoga?

Sin embargo no queda otra salida que hacer de tripas corazón y aceptar la realidad, sea cual sea, por más desoladora y descorazonadora, y seguir trabajando a partir de esa misma realidad. Si Podemos da miedo -y es un hecho que lo da, a tenor de los resultados electorales-, trabajemos para desmentir esa proclama que es, llanamente, una mentira, y además una mentira inducida, o sea, culpable.

Ya he comentado en otros artículos que el temor a la incertidumbre que representa la perspectiva de un cambio significativo es completamente natural, un mecanismo de defensa que nos pone en guardia ante una realidad que maneja unos parámetros que no sabemos si controlaremos por completo.

¿Por qué cala tanto el miedo en gran parte de la ciudadanía? Por muchas razones, entre las cuales sin duda la más grave consiste en la permanente y brutal sobreexcitación de ese miedo natural hacia lo nuevo; un sentimiento fomentado desde esos poderes enraizados en las distintas instituciones. Una incitación al miedo que se acabará transformando en odio, pues se remarca la idea de una diferencia irreconciliable, acusando a la parte contraria de pretender agredir nuestro placentero estado del bienestar.

Manel F, para Eldiario.es
Aquí no se trata, en ningún momento, de una cuestión ideológica. Ni PP, ni PSOE, ni Ciudadanos, ni la Patronal, ni los bancos, ni El País, La Razón, ABC, El Mundo, Antena 3 o La Sexta apelan a ideología alguna, sino a las vísceras. La percepción generalizada que provocan unos comicios electorales no se cifra en valores ideológicos o en políticas determinadas, sino en confrontar posiciones con el fin de ganar, como si de una competición se tratara. Así, muchos se alegran o se martirizan de los resultados electorales, exactamente de la misma forma que lo hacen cuando su equipo ha jugado una final. No nos mueve ningún criterio práctico, social, político o de pura conveniencia individual o colectiva, sino torpe visceralidad.

Y es que el propio concepto de ganar o perder unas elecciones es erróneo, dándonos pistas de la intencionalidad de la clase gobernante que desea que los electores andemos enfrentados. La famosa máxima divide y vencerás mantiene un grado de utilidad superlativo, pues vemos que los politicuchos de turno aprovechan que nos centramos en rifirrafes improductivos mientras ellos hacen y deshacen a nuestras expensas.

Por eso me he propuesto no enfocar asuntos de corte político, social o religioso desde una posición de reproche hacia aquéllos con quien discrepo, sino ser constructivo proponiendo mi visión al respecto de una forma razonada.

Yendo a lo concreto: ¿Podemos da miedo? Sí, pero no de la forma en que nos hacen temerlos. Da miedo por representar una incertidumbre, pues carecen de experiencia que los avale. En ningún caso pueden dar miedo por la sarta de barbaridades de la que se les acusa masivamente desde intereses pueriles.

Los partidos tradicionales, pagados de un corporativismo soez, sólo saben defender sus siglas y, parafraseando al maestro Iñaki Gabilondo, "no solicitan de sus militantes fidelidad, sino incondicionalidad", y eso no merece respeto ni para tales partidos que piden semejante acto de fe, ni para quienes son tan ilusos que se la otorgan.

La banca y los grandes empresarios los acusan de poner en peligro el sistema económico implantado. Ya quisiéramos muchos que fuera posible librarnos de semejante tumor, la Humanidad subiría muchos enteros en calidad de vida y en la mejora de relaciones entre pueblos. Me temo que no es tan sencillo, y sería temerario intentar dar la vuelta a este sistema, tan enraizado, del que de momento sólo aspiramos a depurarlo liberándolo de su deshumanización, poniéndolo al servicio de todos los estratos de la sociedad, no sólo de las élites. Esto es, minimizar la jerarquía oligárquica para repartir los beneficios de la producción de manera más equitativa. No se trata de prohibir la existencia de los ricos ni de las fortunas, sino de reducir las diferencias, de modo que, antes que existan esas grandes fortunas, se asegure que los mínimos de dignidad de todas las personas están garantizados. No se trata de estigmatizar a los empresarios, absolutamente necesarios, sino de no permitir que se practiquen abusos, exenciones, amnistías, tributaciones en el extranjero y privilegios que perjudican el principio de igualdad de derechos imprescindible en toda sociedad adulta.

Por tanto, Podemos no pretende quitar el dinero a los ricos para dárselo a los pobres en la forma que se suele decir y que suena (a propósito) autoritaria, inquisitiva y utópica. Lo que propone es impulsar una legislación que impida que nadie se pueda enriquecer desproporcionadamente y a cuenta de la pérdida ajena de derechos, bajo salarios míseros y condiciones laborales dignas de otras épocas. A poco análisis que uno haga comprobará que lo que proponen los morados es de pura justicia.

Cuando muchos de nuestros mayores tienen la certeza de que estos comunistas van a destruir el país, desmembrándolo mediante referéndums separatistas, y que van a perder su casa de la playa, obligados por el Estado a ponerla a disposición de unos okupas piojosos y vagos; cuando esto lo piensan, literalmente, tantos ancianos (y no tan ancianos) en nuestro país, uno se indigna ante la indignidad de quienes fomentan semejante embuste con tal de mantener unos privilegios que todavía los hacen más indignos.
Complejo hasta lo inabarcable es este asunto, en el que profundizaremos en próximas entradas. Bien está dejarlo aquí por hoy.

lunes, 27 de junio de 2016

Que gobierne el PP



Seguramente lo que voy a proponer descolocará a muchos progresistas que, como yo, hemos votado a Podemos con la mayor ilusión y nos hemos dado el gran batacazo al comprobar que la derecha nuevamente se masifica para imponer su ley unidireccional y embrutecida, basada en la sinrazón de sostener al partido más corrupto de nuestra democracia.

Muchos adjetivos podría utilizar: desaliento, decepción, enojo, tristeza, desesperanza, hastío... Pero también: ilusión, optimismo, esperanza, mesura, observación y análisis, etc.

¿Qué narices ha pasado para que este PP, profundamente sumergido en la podredumbre más ignominiosa, haya recuperado cientos de miles de votos? Ha pasado de todo, y por desgracia no es sino a toro pasado cuando uno atisba algún que otro porqué. Para empezar, el PP está solo y repudiado por todos. Esto es un arma de doble filo, pues si el bloque opositor no acaba de convencer terminará reforzando a su rival a fuerza de convertirlo, a ojos del electorado, en víctima.

Por otro lado, C’s y PSOE no han sido capaces, ni juntos ni por separado, de definirse lo suficiente como para atraer votos no arraigados. Así, a C’s, sin apenas fieles debido al escaso recorrido de su propuesta a nivel nacional, y sobre todo a una apertura complaciente y tan difusa que carece de credibilidad, le ha sido imposible mantener sus resultados, retornando muchos de sus votos de diciembre a un PP que volvió a rentar su táctica del voto útil frente al supuesto desperdicio de votos dispersos. PSOE, bajo la égida de un Pedro Sánchez extremadamente mediocre, ha basado su campaña entre el victimismo y los ataques indiscriminados a Podemos. Esta fórmula no sirve para atraer votantes indecisos, sino, a lo sumo, para no perder demasiados de los fidelizados. De ahí que sólo retenga puntos de parte de sus incondicionales y acérrimos.

Podemos representa el futuro, pero tiene muchísimo trabajo por hacer y todo por demostrar. Me explico. Los morados emergen del hartazgo de gran parte de una sociedad hasta el gorro de ser manejada al antojo de un hatajo de sinvergüenzas. La suma de todos esos indignados por convicción y en base a una ideología -generalmente- de izquierdas representamos los cinco millones de votos progresistas que este país da de sí. Por eso el auge de Podemos ha alcanzado el 26 de junio la máxima cota de apoyo social basado en la ideología. El resto del electorado, en cambio, debe captarlo a base de trabajo, méritos y hechos. Ningún lugar mejor para ello que la oposición.

Imagen extraída de Público.es
La mayoría de personas no tienen una ideología definida, bastándose con meras tendencias de corte progresista o conservador de mayor o menor hondura. A toda esta masa de gente no se la capta con idealismos que, por más deseables que sean, considera utópicos e irrealizables. A toda esta masa de gente se la conquista con obras, y han de ser las obras las que desmientan el discurso del miedo vertido sobre Podemos de parte de los intereses institucionales instaurados en un sistema absolutamente denigrado.

Esas obras llegarán ejerciendo una oposición férrea y lúcida, junto a PSOE, pero también junto a C’s. Lo malo de las utopías es que siempre se estrellan contra la realidad, y si jamás debemos dejar de tenerlas fijadas en el horizonte, es menester postergar su cumplimiento total en beneficio de pequeñas victorias que dirijan a la sociedad a un estado mejor cada día. No se trata de renunciar a nuestros principios, sino de optar por alcanzarlos de manera sosegada, mediante logros parciales y continuos, respetando el paso tranquilo de un país decidicamente conservador.

Por eso soy partidario de dejar que sea el PP quien forme gobierno en minoría. También se puede gobernar desde la oposición, empujando para implantar políticas progresistas. El consuelo es que esta legislatura el PP gobernaría bajo una vigilancia tan estrecha que se verá obligado a ceder en muchas de sus políticas, sometidos a una mayoritaria oposición.

No creo que sea conveniente otra cosa, porque muchos ciudadanos consideran que la fuerza más votada es la más legitimada para presidir el Gobierno, y si lo obviamos ganaremos contradictores. Yo también preferiría un panorama que favoreciera un gobierno PSOE-Unidos Podemos, pero las circunstancias mandan, y si se siguen apretando las tuercas a los electores acabarán por repudiar a todos sus representantes.

Además, esta legislatura va a ser especialmente compleja y bronca, en gran medida debido a la presión de la UE en materia de cumplimiento de déficit, pero también por la preocupante falta de entendimiento entre fuerzas políticas, una vez derrocado el bipartidismo. Al ser el partido de Gobierno el que sufra ese ingente desgaste se hace preferible para los intereses de Podemos hacer méritos desde la oposición y aguardar a unas próximas elecciones que, muy probablemente, se adelanten a 2019.

Los progresistas, que comprendemos el atraso global que reina en el mundo entero, que somos conscientes que España es uno de los países menos adelantados de Occidente, no nos podemos permitir ignorar el ritmo de la mayoría, que también se dirige al mismo punto y en la misma dirección que marchamos, sólo que más pausadamente. Comparemos a esa sociedad que necesita tiempo para aceptar y comprender los cambios que se avecinan con un hermano pequeño: sabemos que alcanzar la adultez no viene de un día para otro, pues requiere un proceso de aprendizaje gradual y progresivo que devendrá en el fin natural y deseado. Imaginemos que forzamos a nuestro hermano pretendiendo que actúe como un adulto de 40 años, cuando sólo tiene 13. Sería contraproducente. Traslademos esto a nuestra sociedad, y entenderemos que el conservadurismo, así como la indefinición o la carencia voluntaria de criterio no debe ser forzada, sino educada con el fin de que comprenda y crezca.

Sueno paternalista; no me gusta dar esa impresión. Sueno conformista, y me niego a admitirlo. Creo humildemente que planteo una visión realista y sensata del país el día después de las Elecciones Generales del 26J de 2016, en las que Podemos y todo el progresismo no corporativo ha sufrido un durísimo sorpasso por parte del PP.

jueves, 23 de junio de 2016

Rojo, 'podemita'



Aunque todavía no del todo, sin duda es a mí a quien mejor conozco, por tanto sobre mi experiencia basaré este comentario, si bien sospecho que muchos se podrán identificar con él.

Últimamente, en distintas discusiones políticas, ciertos amigos y familiares me han tildado (por no decir acusado) de rojo y de ‘podemita’. Es perfectamente comprensible, así lo asumo y así lo reconozco, pero creo que es interesante una justificación que profundice en ello, siquiera superficialmente, dada la habitual tendencia a simplificar estas cuestiones, que suelen quedar relegadas a posturas opuestas e irreconciliables.

Y no puedo aceptar esto. Creo que el choque que propicia nuestra distancia es perfectamente superable. Estoy convencido de que hay muchas más proximidades de las que imaginamos. El problema es que estamos ‘partidizados’. Desde hace décadas los dos partidos mayoritarios se han atribuido una serie de principios que la ciudadanía, a su vez, se ha asimilado en función de las tendencias -conservadoras o progresistas- de cada cual. De esta manera, mientras los conservadores se asocian al Partido Popular, los progresistas lo hacen al PSOE, y una izquierda más radical se vincularía a Izquierda Unida.

El problema surge cuando los partidos empiezan a traicionar esos postulados que los caracterizaban al realizar prácticas que contradecían su ideología, quedando, sin embargo, en los votantes la impresión de que los socialistas seguían siendo de izquierdas y los populares decentes defensores de las tradiciones y costumbres moralistas. Todos se habían corrompido, pero en el sentir común seguían representando lo mismo que al inicio: el PSOE la izquierda y el PP la derecha. Simple.

Por eso, la ubicación ideológica que un neoliberal le adjudica hoy al PSOE es, erróneamente, en la izquierda, cuando en realidad más bien se sitúa en una posición de centro liberal socialista (es decir, capitalistas, pero manteniendo resquicios de carácter social). He aquí la base de una confrontación típica en las discusiones a este respecto: qué es y dónde se sitúa la izquierda.

La verdadera izquierda hace mucho que dejó de estar representada por el PSOE (¿alguna vez lo estuvo realmente, más allá de cuestiones puramente sociales, no económicas?). El PP, sin embargo, representa con toda fidelidad la ideología de la derecha (porque la derecha carece de verdadera ideología), pues se ocupa en generar diferencias de clase, favoreciendo monopolios empresariales y oligarquías de poder que se nutren del trabajo de toda la clase media y baja, muchos de los cuales, incluso, los sustentan electoralmente.

Por todo esto -entre otros muchos y diversos factores- la simplificación de las ideologías que ha alimentado el bipartidismo, adjudicando papeles opuestos a la derecha y a la izquierda -cuando en realidad han practicado esencialmente las mismas políticas-, generando una confrontación sistemática entre partidarios de uno y otro hace que las conversaciones cotidianas partan de posiciones y supuestos muy dispares. Si resolvemos y aclaramos esto el avance hacia el entendimiento será menos dificultoso.

Por todo esto, pues, muchos socialistas (que equivocadamente se creen de izquierdas) temerán que Podemos traiga el comunismo represivo y estalinista que va a instaurar gulags en tierras ibéricas, cuando, si uno atendiera a lo que defiende su programa, con independencia de su procedencia (es decir, anulando el prejuicio que para muchos supone que provenga de Podemos), verá que es innegable que, tanto el diagnóstico como las recetas propuestas son deseables y factibles, aunque no exentas de complicaciones y dificultades, que sin duda se minimizarían con la implicación positiva de todos.

Uno de los mantras repetidos hasta el éxtasis por los poderes políticos y económicos insiste en la imperiosa necesidad de fomentar un empleo que, aunque no sirva para sacar de la pobreza al trabajador sobreexplotado, ayude siquiera a que no se hunda en la miseria. Pero esto no ocurre. ¿Acaso no venimos comprobando, desde hace ya algunos lustros, que la inyección de dinero a los grandes capitales nunca llega a la clase trabajadora, sino que es acaparada por las élites financieras? ¿Alguien puede negar semejante evidencia, presente y patente desde hace tanto tiempo?

Comprendo que para muchos, el hecho de tener un empleo represente la solución, y en la práctica así debería ser; sin embargo la realidad es otra. ¿Qué falla? Yo creo que a pocos se les escapa: los gobernantes, los bancos, los empresarios acaparadores de la riqueza productiva.

Raúl Salazar da en el clavo
Comprendo que muchos tengan metido el miedo en el cuerpo y teman que Podemos resucite a Lenin, a Stalin y al Chávez para, junto a Pablo Iglesias, cabalgar a través de los cielos cual jinetes del Apocalipsis. Lo comprendo porque el miedo es la reacción natural a toda perspectiva de cambio brusco, aunque considero que estos temores irracionales ofenden, primero a quien los fomenta, por malvado; y al fin a quien los cree, por insensato.

Además, ¿no nos encontramos ya en el infierno temido, ese en el que vivimos por culpa de PP y PSOE?; luego, en el supuesto fabuloso de que el señor Iglesias fuera el hijo de Satán y realmente su misión fuera exterminar el estado del bienestar, existen mecanismos constitucionales, democráticos y, sobre todo, una fuerte convicción social que imposibilitaría cualquier atisbo de absolutismo, del mismo modo que no consentimos que progresara el fallido golpe de estado de Tejero a principios de los 80. Todos los cambios políticos y sociales son consecuencia de la ley natural del progreso, y vienen propiciados por la madurez intelectual de una sociedad que, una vez asumida la caducidad del sistema instalado, decide eliminarlo y sustituirlo por uno mejor (o, siquiera, menos malo), de lo que se deduce que el cambio es inevitable.

Por favor, que se imponga la sensatez y no se fomente el miedo absurdo, traído por los desesperados, acorralados y conscientes de estar a punto de perder sus posiciones de privilegio. Tener que rebatir a quienes se horrorizan ante la expectativa apocalíptica que pueda representar Podemos delata el mínimo nivel intelectual de cierto sector de la ciudadanía.

Me acusan de criticar a PP, PSOE, IU, incluso Ciudadanos, pero no a Podemos. Los tres primeros tienen un bagaje que los acusa, yo me limito a ser consciente de ello, así que lo observo y los condeno por lo que sus obras constatan. De Ciudadanos no tengo tantos elementos de juicio, pero ya a priori representan a la derecha, al neoliberalismo y abogan –más o menos subrepticiamente- por la diferencia de clases que deriva de aquél. No han gobernado, pero si lo hicieran realizarían las mismas políticas del PP y el PSOE en materia económica, lo cual es un despropósito para la mayoría poblacional, pues redunda en las políticas elitistas y de discriminación social que nos han traído hasta aquí. Podemos, hoy por hoy, es el único partido capaz de realizar un cambio real, moderado y dirigido a esa clase mayoritaria, no sin esfuerzos, no sin trampas, no sin decepciones por el camino.

Me llaman rojo y ‘podemita’, pero no soy ningún morado incondicional. No soy persona de carnet de partido. Esto no es fútbol, no me debo a ningún equipo. Hoy considero a Podemos la mejor opción; en el futuro ya veremos, me guiaré por sus obras. De hecho, estoy convencido de que, en unos años, Podemos se convertirá en algo inservible que deberemos sustituir, como viene sucediendo históricamente con todos los sistemas establecidos. Es ley de vida.

Éste es, grosso modo, el ciclo político y social que se viene dando desde que la Humanidad tiene memoria: implantación de un sistema, aplicación de mejoras sociales, acomodación y relajación en las funciones ejercidas, corrupción abusiva y derrocamiento por hartazgo social para dar paso a la instauración de un nuevo sistema, mejor que el anterior.

Hoy, Podemos es el instrumento más útil para salir del fango del bipartidismo y explorar otros senderos, sin duda mejores. Desterremos el miedo y acojamos la ilusión por edificar y construir una sociedad más justa. El cambio que ha de llegar inevitablemente. ¡Joder, es ley de vida!

martes, 21 de junio de 2016

Un alegato en defensa de lo público



No pretendo afrontar el asunto de los servicios públicos desde posiciones técnicas ni económicas que, ciertamente, escapan a mis capacidades. Más bien expondré una defensa ideológica de la nobleza del carácter público de determinados sectores que atienden necesidades básicas e irrenunciables a todo ciudadano.

Y es que el neoliberalismo, esa facción extremista del capitalismo que está llevando a límites obscenos su afán por acaparar beneficios, extrayéndolos de cualquier parte, se afana en dinamitar los servicios públicos -a los que todos contribuimos con nuestros impuestos- para demoler su calidad y, de este modo, implementar en el mercado sus ofertas de carácter privado, inspiradas en una atención basada en una falsa excelencia y, eso sí, bajo precios prohibitivos.

Inmenso Forges, siempre certero
Pero comencemos por dejar claros los principios del servicio público: son aquellos que, creados para producir y suministrar determinados servicios básicos a los que toda persona tiene derecho, cubriendo así tales necesidades que garanticen el mínimo bienestar de los miembros que componemos la sociedad. Debido a que son derechos, no pueden ser sujeto de comercialización, correspondiendo al Estado garantizar de hecho que todos los individuos los disfrutan con suficiencia y equidad.

Bajo este prisma, pues, uno se pregunta por qué la educación, siendo un derecho, así como un bien que ha de revertir de manera sobreabundante –en términos no necesariamente monetarios- en el futuro comunitario, ha de que reportar beneficios económicos a terceros. Esta cuestión es trasladable a la sanidad, los transportes urbanos, interurbanos y nacionales, a los suministros de agua, electricidad o gas, a las pensiones, etc.

Nadie duda que ofrecer un sistema sanitario que cubra las necesidades de su población tiene un coste, pero es que a ese coste es precisamente al que van destinados nuestros impuestos. ¿Por qué se tiene que comercializar un servicio que ya se está dando, cuando esto derivará en un sobrecoste que repercutirá en el precio final que deberá abonar el consumidor? Un sobrecoste que está destinado, exclusivamente, al pago a terceros en concepto de beneficios por la prestación de un servicio. En otras palabras: si nuestros impuestos sirven para pagar un servicio, ¿por qué privatizarlo para que lo hagan unos señores empresarios que añadirán a su factura el importe de la plusvalía que pretendan ganar? Además, se instaura un copago, puesto que los que paguen impuestos estarán contribuyendo a una serie de servicios que no utilizarán, ya que los que usan los pagarán de manera complementaria.

Por referirnos a algo que se pueda cuantificar utilizaremos como ejemplo un servicio de suministro: la electricidad. Supongamos que generar y hacer llegar a mi hogar la electricidad que anualmente consumo tiene un coste neto de 300 €, a lo que habrá que sumar la parte proporcional del mantenimiento de las instalaciones, así como la que corresponde a los salarios de todos los trabajadores del sector. Añadamos a esta cifra un porcentaje extraordinario destinado a financiar la investigación y desarrollo de ese ámbito, y el total real de nuestra factura mensual será, en comparación con el importe actual, irrisorio, máxime cuando la inmensa mayoría de las infraestructuras están más que amortizadas.
Otra gran viñeta de El Roto
Pues bien, que alguien me explique por qué regla de tres este servicio tiene que ofrecerlo una empresa privada cuya finalidad es, expresamente, conseguir beneficios. Ello supone un incremento en nuestra factura que únicamente responde a ese afán de beneficios, cuando la lógica más elemental dice que un servicio esencial como este puede ser perfectamente ofrecido por el Estado y subvencionado con nuestros impuestos. Entonces, ¿por qué pagar más?

Pues esta misma norma es la que se debe aplicar a esos otros sectores que ofrecen servicios básicos: sanidad y educación, sobre todo, por ser pilares maestros en toda sociedad.

Repito: ¿por qué aumentar el coste final de un servicio, simplemente para conceder una obtención de beneficios a manos privadas? Es indecente comerciar con la sanidad o la educación; nuestros impuestos deberían bastar para sufragar los costes y salarios de todo el sector. Esta es, y no otra, la finalidad de los impuestos.

El sector privado, en cambio, a través de su sucia mirada, ve negocio donde sólo debiera existir civismo en una sociedad adulta. Por eso el neoliberalismo se esfuerza en desprestigiar todo lo público, torpedeándolo y tachándolo de ineficaz y de mala calidad; de este modo genera la demanda de un mejor servicio, generando así mercado y competencia. Y así es como los diferentes gobiernos han ido vendiendo nuestra alma al diablo. Es un fraude –así, sin paliativos- porque los responsables han sido, en todo momento, conscientes de ello.

Cuando amigos y familiares me dicen que las listas de espera en los hospitales son a meses vista; cuando me comentan que la enseñanza pública es infinitamente más mediocre que en los centros concertados o privados, lo dramático es que tienen razón.

Estamos contribuyendo, entre todos, a fulminar un sector público éticamente insustituible y económicamente mucho más viable.

Pero, además, el neoliberalismo no ofrece excelencia a bajo coste. Uno siempre tiene la percepción que su oferta tiene un subrepticio (o no tanto) carácter usurero: nunca se permiten conceder a su cliente (que no alumno ni paciente) nada más allá de lo estipulado contractualmente. Por eso los seguros de coche u hogar, las clínicas privadas y mutuas, etc., nos genera una fuerte carga de antipatía: realmente no hay humanidad ni empatía hacia sus clientes y usuarios, sólo un contrato legal infranqueable.

De ahí este alegato por unos servicios públicos de calidad, que no tienen que reportar beneficio económico alguno, pues su fin último es ofrecerse a la sociedad, que no es sino quien la financia mediante distintos impuestos y a quien están destinados. En un país de pícaros, en el que se envidia a ladrones y sinvergüenzas, en el que se aspira al pelotazo indiscriminado, deberíamos mirar con admiración países como Finlandia o Suecia, cuyos servicios públicos son ejemplares.

Y que conste que, a pesar de lo que nos quieran hacer creer PP, PSOE y C's, el incremento de los impuestos para su financiación sería altísimamente rentable para los usuarios, pues ahorraríamos ingentes cantidades en gastos cotidianos (transportes, tasas, luz, agua, copagos farmacéuticos y de todo tipo...) que, asimilados por la costumbre y la resignación, hemos creído, aceptado y dado por buenos, incluso convenientes y hasta necesarios para el mantenimiento presupuestario, cuando en el fondo son medidas diseñadas para cubrir las malversaciones y robos a los que han sido sometidas nuestras arcas públicas.


El neoliberalismo, mal que les pese a muchos, es un sistema indecente que, carente de escrúpulos, comercializa lo inimaginable para alimentar la maximización de beneficios. Desacraliza lo intocable (sanidad, educación, dependencia...) para ponerlo en venta, despreciando a la masa social, a quien expropia de bienes y derechos bajo pretexto de nuestra propia conveniencia. Fomenta la desigualdad (y es que vive de esa desigualdad) generando deseos artificiosos, hasta el punto de ser nosotros quienes clamamos por este sistema vil.
Se requiere de la gente una mirada crítica, un cuestionamiento permanente de quienes nos gobiernan y gestionan lo público. Que no nos encandilen sus buenas palabras, y sometámoslos a un examen y una rendición de cuentas asfixiante. Nadie negará que los precedentes justifican la desconfianza. Hoy por hoy, ser confiados es sinónimo de ser pardillos.