lunes, 23 de mayo de 2016

Jesús y el fin de los tiempos



Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio. Marcos 1, 15.

En los evangelios encontramos numerosas referencias a la inminente llegada del reino de Dios. Según leemos en ellos, Jesús, al igual que muchos de sus contemporáneos, habría creído en esa inminencia del fin del mundo. Tanto es así que gran parte de la fuerza de su discurso se nutre precisamente de esa circunstancia que situaba a la vuelta de la esquina el fin de los tiempos tal como eran conocidos.

Sin duda el hecho de ese cercanísimo juicio en que confiaba Jesús dotaba a su mensaje de una urgencia extrema: si no había de llegar mucho más allá de esta generación, la importancia que debía concederse a las cuestiones del mundo prácticamente se anulaba.

Por otro lado vemos que las profecías sobre el modo y forma de la venida del fin del mundo en Mateo 24, 15-36 dejan sin ubicación temporal, quedando una impresión de lejanía.

Pero el tiempo ha desmentido a Jesús y a todos los apocalípticos. El mundo sigue su curso natural y nada hace sospechar que vaya a sobrevenir el fin de los días.

Pero, ¿realmente creía Jesucristo en el apocalipsis? A mi entender, los evangelistas debieron malinterpretar el mensaje escuchado, y de esa errónea comprensión ha devenido toda una línea teológica y exegética ciertamente desviada de la propuesta original.

Cuando Jesús predica el final de los tiempos no se refiere a un único momento, común para todos los hombres y en un mismo instante, posterior a toda una amalgama de signos en el cielo y otros sucesos sobrenaturales. Más bien indica que nosotros, individualmente, accederemos al reino de Dios a través de nuestra propia muerte. Bajo esta perspectiva cobra sentido todo el discurso moral mesiánico, cuya urgencia para la conversión tiene el máximo valor en tanto que la corta duración de la vida de cada cual es la que determina la inminencia del fin. He aquí el verdadero apocalipsis.

Luca Signorelli. La resurrección de los muertos.
De este modo se comprende que el fin no llegará después de una gran tribulación que afecte a toda la tierra (esto se parece bastante a una construcción literaria a inspirada en las extendidas creencias apocalípticas de la época), sino que ese fin será efectivo, sí, pero de forma individual: a mí me llegará con mi muerte, a ti con la tuya y a la del resto con la que le corresponde.

En el sermón de la montaña Jesús redunda en la prédica de Juan el Bautista, y requiere la imperiosa urgencia de cambiar nuestras vidas de cara al futuro inmediato que viene (o más bien al que nos dirigimos): nuestro “juicio final”, donde daremos cuenta de nuestras obras. Un juicio final al que nos habremos de enfrentar, pero conforme vayamos llegando, no todos a la vez.

Pero, ¿por qué Jesús (o los evangelistas) tiene un lenguaje tan críptico? ¿Por qué no hablar con meridiana claridad, evitando toda posibilidad de duda? En cuestiones como esta, quizás, porque los evangelistas no comprendieron bien a su Maestro.

En todo caso, las creencias de entonces eran muy distintas a las de ahora. También, la inteligencia de hoy, en todos los aspectos, no tiene comparación con la de hace dos mil años. Jesús explica el sentido real y profundo de las leyes que regían las vidas de los judíos. Pero esas leyes estaban “ritualizadas” hasta el extremo.

Los fuertes y constantes reproches de Jesús a la casta sacerdotal y a las distintas ramificaciones (saduceos, fariseos, etc.) se basan precisamente en la hipocresía y la mala comprensión que hacen de dicha ley. Dios no es un rey soberbio que busque la adoración de sus súbditos (sacrificios, ofrendas); más bien es un padre amoroso que desea lo mejor para sus hijos. Así, los diez mandamientos no son tanto una ley rígida e impuesta, más propia de un déspota, como un decálogo de recomendaciones a seguir para mejor alcanzar el bienestar individual y colectivo, acorde a ese paternal afecto que atribuimos a Dios.

Jesús hace notar esto al “dar plenitud” a la ley. Debió suponer un gran trauma para muchos, pues se cuestionaba todo un sistema tradicional muy arraigado. Pero debía romperse para hacer comprender la verdadera esencia y descartar el error enquistado. Jesús estaba educando a su gente.

Volviendo a lo tratado en este comentario, entiendo que, por un lado, la traslación por escrito viene contaminada de inicio debido a una comprensión incorrecta de lo que Jesús quiso enseñar; de otro, el pueblo no tenía la suficiente capacidad para comprender una cuestión tan novedosa en aquel momento.

Según Jesús el reino de Dios está cerca, efectivamente. Y, efectivamente, su venida no tiene fecha y hora determinadas (Mateo 24, 37-44; 45-51; 25, 1-13). Pero bajo este prisma se comprende mejor por qué insistió tanto en que nos corrigiéramos: al final, ese horizonte apocalíptico era cierto; sólo que no fue bien interpretado.

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