Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de
Dios. Convertíos y creed en el Evangelio. Marcos 1, 15.
En los evangelios encontramos numerosas referencias a la inminente
llegada del reino de Dios. Según leemos en ellos, Jesús, al igual que muchos de
sus contemporáneos, habría creído en esa inminencia del fin del mundo. Tanto es
así que gran parte de la fuerza de su discurso se nutre precisamente de esa
circunstancia que situaba a la vuelta de la esquina el fin de los tiempos tal
como eran conocidos.
Sin duda el hecho de ese cercanísimo juicio en que confiaba Jesús
dotaba a su mensaje de una urgencia extrema: si no había de llegar mucho más
allá de esta generación, la importancia que debía concederse a las cuestiones
del mundo prácticamente se anulaba.
Por otro lado vemos que las profecías sobre el modo y forma de la
venida del fin del mundo en Mateo 24, 15-36 dejan sin ubicación temporal, quedando una impresión de lejanía.
Pero el tiempo ha desmentido a Jesús y a todos los apocalípticos. El
mundo sigue su curso natural y nada hace sospechar que vaya a sobrevenir el fin
de los días.
Pero, ¿realmente creía Jesucristo en el apocalipsis? A mi entender,
los evangelistas debieron malinterpretar el mensaje escuchado, y de esa errónea
comprensión ha devenido toda una línea teológica y exegética ciertamente desviada
de la propuesta original.
Cuando Jesús predica el final de los tiempos no se refiere a un único momento,
común para todos los hombres y en un mismo instante, posterior a toda una amalgama
de signos en el cielo y otros sucesos sobrenaturales. Más bien indica que nosotros, individualmente,
accederemos al reino de Dios a través de nuestra propia muerte. Bajo esta
perspectiva cobra sentido todo el discurso moral mesiánico, cuya urgencia para
la conversión tiene el máximo valor en tanto que la corta duración de la vida
de cada cual es la que determina la inminencia del fin. He aquí el verdadero apocalipsis.
![]() |
Luca Signorelli. La resurrección de los muertos. |
De este modo se comprende que el fin no llegará después de una gran
tribulación que afecte a toda la tierra (esto se parece bastante a una
construcción literaria a inspirada en las extendidas creencias apocalípticas de
la época), sino que ese fin será efectivo, sí, pero de forma individual: a mí
me llegará con mi muerte, a ti con la tuya y a la del resto con la que le
corresponde.
En el sermón de la montaña Jesús redunda en la prédica de Juan el
Bautista, y requiere la imperiosa urgencia de cambiar nuestras vidas de cara al
futuro inmediato que viene (o más bien al que nos dirigimos): nuestro “juicio
final”, donde daremos cuenta de nuestras obras. Un juicio final al que nos
habremos de enfrentar, pero conforme vayamos llegando, no todos a la vez.
Pero, ¿por qué Jesús (o los evangelistas) tiene un lenguaje tan
críptico? ¿Por qué no hablar con meridiana claridad, evitando toda posibilidad
de duda? En cuestiones como esta, quizás, porque los evangelistas no comprendieron
bien a su Maestro.
En todo caso, las creencias de entonces eran muy distintas a las de
ahora. También, la inteligencia de hoy, en todos los aspectos, no tiene
comparación con la de hace dos mil años. Jesús explica el sentido real y
profundo de las leyes que regían las vidas de los judíos. Pero esas leyes
estaban “ritualizadas” hasta el extremo.
Los fuertes y constantes reproches de Jesús a la casta sacerdotal y a
las distintas ramificaciones (saduceos, fariseos, etc.) se basan precisamente
en la hipocresía y la mala comprensión que hacen de dicha ley. Dios no es un rey
soberbio que busque la adoración de sus súbditos (sacrificios, ofrendas); más
bien es un padre amoroso que desea lo mejor para sus hijos. Así, los diez
mandamientos no son tanto una ley rígida e impuesta, más propia de un déspota, como
un decálogo de recomendaciones a seguir para mejor alcanzar el bienestar
individual y colectivo, acorde a ese paternal afecto que atribuimos a Dios.
Jesús hace notar esto al “dar plenitud” a la ley. Debió suponer un
gran trauma para muchos, pues se cuestionaba todo un sistema tradicional muy
arraigado. Pero debía romperse para hacer comprender la verdadera esencia y
descartar el error enquistado. Jesús estaba educando a su gente.
Volviendo a lo tratado en este comentario, entiendo que, por un
lado, la traslación por escrito viene contaminada de inicio debido a una comprensión
incorrecta de lo que Jesús quiso enseñar; de otro, el pueblo no tenía la
suficiente capacidad para comprender una cuestión tan novedosa en aquel
momento.
Según Jesús el reino de Dios está cerca, efectivamente. Y,
efectivamente, su venida no tiene fecha y hora determinadas (Mateo 24, 37-44;
45-51; 25, 1-13). Pero bajo este prisma se comprende mejor por qué insistió
tanto en que nos corrigiéramos: al final, ese horizonte apocalíptico era
cierto; sólo que no fue bien interpretado.
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