Una sabia máxima afirma que aquél que honestamente busca la verdad
no teme tanto caer en un error como permanecer en él. Si extrapolamos esta idea
a la situación política actual no nos será difícil comprobar que este país se
ha visto sumergido profundamente y por largo tiempo en un error llamado
bipartidismo.
Dicho error no fue tal desde principio; fue el desarrollo social y
político lo que acabó polarizando dos fuerzas antagónicas sobre el papel (no tanto en
la práctica). Una, el PSOE, se adscribió a posturas de orden progresista; por
el otro lado, Alianza Popular (hoy Partido Popular) se adjudicó el papel de conservadores. Así, a la mayor parte de la ciudadanía nos fue extirpada, o más bien
adormecida, la capacidad crítica de razonar y pensar por uno mismo.
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El fin del bipartidismo. Santy Gutiérrez. |
Una y otra tendencias fuimos delegando en sendos partidos dicha capacidad de raciocinio
crítico, lo que provocó que acumularan un poder omnímodo. Frente a semejante
tentación pocos de estos representantes han dejado de sucumbir, hasta el punto que el descrédito de los
políticos ha llegado a cotas que deberían avergonzarnos a todos: a corruptos y vividores
por acción, y al pueblo por nuestra aquiescencia irresponsable.
Por fin, hace cinco años el 15-M sirvió para zarandear a una sociedad sumida en
una mansedumbre y conformismo que nos rendía ante los abusos continuos de unas
élites sin escrúpulos. Y, aunque resta mucho camino, las conquistas a nivel de
conciencia colectiva que trajo consigo son ingentes, aunque debieron ser difícilmente predecibles para
tan corto espacio de tiempo (al fin y al cabo, ¿cuánto son cinco años en la Historia?).
Por supuesto, hay millones de españoles aún por asumir los cambios
significativos que el peso de la misma Historia lleva en sí. Como explicaba
en este artículo la evolución positiva es
una constante imparable en todos los ámbitos de la realidad, de modo que
oponerse a ella no supone evitarla; a lo sumo retrasarla.
El bipartidismo se ha incrustado en nuestra conciencia colectiva, y ahora es
costoso y doloroso extirparlo. Para muchos, renegar de un partido en el que ha
confiado durante décadas supone una humillación insufrible que no están
dispuestos a padecer; prefieren enquistarse en una irracionalidad infantiloide
(lo que no significa que esa actitud deje de ser comprensible y respetable),
ocupando posiciones defensivas y de marcado carácter conservador ante el empuje generacional que,
sistemáticamente, viene a sustituir lo caduco por una mejor, más aperturista y justa concepción de una democracia integral.
En efecto, mucho más que en otros momentos de la Historia, estamos frente a un
conflicto generacional muy marcado. Sólo hay que ver las encuestas, que otorgan gran parte de los votos populares y socialistas a los mayores de 60 años, mientras que
Podemos copa las simpatías de la población juvenil y, en menor medida, también
la de mediana edad.
Todo esto es completamente natural. Incluso Jesús se presenta a sí
mismo como ese rompedor de lo tradicional en beneficio de la implantación de la
nueva y más excelsa lógica, cuando dice: “no he venido a sembrar paz, sino
espada.” (Mateo 10, 34b). El progreso es la tendencia incontenible, incontrolable
e incorregible que mueve el mundo.
A modo de ejemplo diremos que hoy, que damos por esencial el derecho a trabajar, a hacerlo en
condiciones dignas, a disfrutar de vacaciones pagadas, a que nos remuneren las
horas extras y a tantas otras cosas, debemos recordar que no hace tanto eran utopías
impensables, inalcanzables. Pues bien, en base a este principio me atrevo a vaticinar sin
temor a errar que dentro de unos años la sociedad, más avanzada que hoy
intelectual y éticamente, tendrá por fundamentales conceptos y derechos por los
que hoy luchamos y que están en pleno proceso de debate (aborto, prostitución,
maltrato animal, feminismo, solidaridad, humanidad...).
Por todo esto, el progresista lúcido se distingue por dos cualidades
que lo caracterizan: un optimismo paciente y una paciencia condescendiente. Si
bien es cierto que, en no pocas ocasiones, la indignación ante la cara más
oscura y retrógrada que permanece en este planeta de contrastes le hace exhalar no pocos sollozos.
Sin embargo, la esperanza es fe, y el hilo de la Historia que transitamos le confirma que el presente viene de un pasado visiblemente peor y se dirige a un
futuro indudablemente mejor.
Bien, pero, a todo esto, ¿qué es la
victoria silenciosa? Lo dejaremos para la próxima entrega.
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